PITÓN DERECHO Alucinado por las
pinturas rupestres el arqueólogo observa con lupa la sorprendente fidelidad artística
que permite identificar miles de años después caballos, bisontes, uros, antílopes y animales acuáticos. Pero cuando el
mismo escrutador analiza las representaciones de humanos, en esas y otras
paredes y cuevas, dictamina que las vagas similitudes que guardan con el cuerpo
humano, corresponden a una especie de grafiti rupestre.
PITÓN IZQUIERDO Pero, ¿Por qué no
concede que la oxiblepsia de la que hace gala el artista cavernícola al dibujar
la fauna de su época, no la tenga al momento de reproducir las fachas de sus
coetáneos humanos? Al no encontrar ¨el parecido¨ de aquel cuerpo humano con el actual, aunque sí la justa
correspondencia de aquella fauna con la contemporánea, en su turno el antropólogo físico forense diagnostica que aquellos
pintores, cuando tenían el cuerpo humano frente empezaban a visear y no acepta
por nada del mundo que pudiera ser un modelo distinto del que ahora posa para Ron
Mueck.
PITÓN DERECHO La conclusión
académica entregada es que los artistas rupestres podían representar muy bien a
la fauna sin problema alguno, pero que padecían parablepsia al intentar trazar
sobre la roca la figura humana a la que, sin motivo aparente, le adosan antenas,
burbujas y estrambóticas proporciones.
PITÓN IZQUIERDO Algo parecido
sufren ciertos historiadores taurinos.
PITÓN IZQUIERDO, OTRA VEZ La Tauromaquia de Goya, aquel genio que no
quería pintar ojos, sino miradas (y que lo logró), incluye grabados en los que aparecen
moros con indumentos de la época, lidiando toros. Pero eso no es sino simple
imaginación del pintor dice el historiador, porque la tauromaquia es española,
sin aportes o influencias árabes o bereberes; Goya se pasó cuando pintó
moros toreando. Goya también pintó humanos aleteando con alas de murciélago
accionando cuerdas. Sí, sí, Las Ventas son de estilo mudéjar, pero es
simplemente otra incongruencia. Órale.
PITÓN DERECHO También, el hiperrealismo
histórico --- si se nos permite arroparlo
con el neologismo-- de Goya y Lucientes que nos estremece con los fusilamientos
de principios del siglo XIX, el juego diáfano de la luz en el parasol de una
Maja y la suntuosa blancura de aquella casquivana de alta alcurnia, fracasa al
poner moros toreando.
PITÓN DERECHO, OTRA VEZ Pero la retentiva
goyesca no se ajusta a la vocación carpetovetónica que nos dice que durante
ocho siglos, a los invadidos e invasores de la Iberia, teniendo capas sobre los
hombros y toros sobre las colinas, no se les ocurrió torear. Pero en cuanto ya
no hubo moros en la costa, libre el horizonte de árabes y bereberes, desplegaron
capas, tocaron a los toros y empezó la tauromaquia. Pero no contaban
con las placas y aguafuertes del taller de Goya. Por cierto en la veintena de
grabados que el mismo Goya nombró Los Disparates, no aparece ninguno de incongruencia
histórica; se trata de ocurrencias fantásticas. Nada que ponga en entre dicho
la verosimilitud de los moros toreando.
PITÓN IZQUIERDO En cambio, aquí
en la Nueva España, los que siglos después devinimos en poncianistas, tuvimos
mejor suerte: a menos de una década de la conquista, los nativos conquistados (antepasados
nuestros) y los conquistadores (ídem), empezaron a lancear y capotear toros importados
de Navarra. Órale.
PITÓN DERECHO Aunque la misma ingeniería
de las ¨plazas¨ de toros actuales semeja mucho más a la de los circos
romanos que a las trazas cívicas de donde les viene el nombre, los antecedentes
son otros. Nos recuerda el historiador que en Termes, Soria, existen vestigios celtíberos
de un redondel que es indicio suficiente para postular que las plazas actuales son
variantes de la de Termes.
PITÓN IZQUIERDO ¿Y eso, qué? Pues
no sabemos qué hacer con la evidencia
histórica de la ocupación de Iberia por los románicos. Esto es, desde 2 siglos antes y 5 después de Cristo, la
presencia física y cultural de los romanos dejó su impronta en torres,
castillos, acueductos, anfiteatros, arcadas, carreteras, pórticos, iglesias, fuentes,
además del latín y las leyes. Pero resulta que los constructores de las ¨plazas¨
de toros no tomaron como referencia los anfiteatros que tuvieron en uso más de
quinientos años y menos aún los circos romanos, lizas de los gladiadores y
bestiarios, para diseñar la primera de las plazas circulares, en el siglo XVII
y decidieron mejor echar las miradas a los celtíberos de Termes.
MIRANDO A LOS TENDIDOS En el Museo Thyssen—Bornemisza, en
Madrid, hay una pintura de Derrick Baegert, pintor del Bajo Rin, titulada Santa Verónica y un Grupo de Caballeros, aquella mostrándoles el Rostro Sagrado en lo que parece ser el inicio del pase que Paquiro describe fielmente en su Tauromaquia siglos después y que por supuesto, lo llama verónica, sin mencionar a Baegert.
Madrid, hay una pintura de Derrick Baegert, pintor del Bajo Rin, titulada Santa Verónica y un Grupo de Caballeros, aquella mostrándoles el Rostro Sagrado en lo que parece ser el inicio del pase que Paquiro describe fielmente en su Tauromaquia siglos después y que por supuesto, lo llama verónica, sin mencionar a Baegert.
REPONIENDO TERRENO Por convencional
que nos pudiera parecer esta historia monolítica española del fenómeno taurino,
tenemos que reconocer que hay otro tipo de episodios que documentarían milagros
similares. Los creacionistas que ven con naturalidad los milagros, preguntan ¿De
dónde entresacó Pachebel las notas de su Cannon 5? ¿Dónde estaba el cálculo
integral antes de explotar, casi simultáneamente, en los cerebros de Liebnitz y
de Newton? ¿Dónde reposaba el Concierto de Aranjuez antes de que Joaquín
Rodrigo lo sintiera retumbar en su cabeza? Etc.
RECORTE Esos son milagros personales,
pero también los hay colectivos, ¿Dónde se redactaron las palabras antes de ser
amasadas en idiomas por las naciones? ¿Dónde laten los milagros de los toreros antes
de aparecer en sus lances de capa y muleta?