PATIO DE CUADRILLAS Los que estamos
atrapados por el rito del toreo, al igual que sus oficiantes, también tenemos
un fardo que cargar. El peso de la afición nos activa cuando revisamos los carteles
de las corridas fuera de nuestra ciudad. Si encontramos el nombre de quien
usualmente nos genera la estética con su arte entonces procedemos a la
ensoñación del éxito que no podemos
perder por ningún motivo.
CIELO ANDALUZ Si el festejo se da
en nuestra ciudad, no hay mayor sobresalto que acudir a las taquillas por el
boleto. Pero si es fuera de nuestra ciudad ( CDMX, Puebla, Tlaxcala,
Juriquilla, Tepeapulco. Cinco Villas) o país (España, Francia, Colombia, USA),
entonces la afición me acogota en una manda de perfiles religiosos.
PITÓN DERECHO Hace muchísimas
temporadas Iba a torear Manolo Martínez en Sevilla. A su usanza no le pareció ambientarse
en faenas de campo bravo español. Sería una sola corrida y flotaba la sospecha
que los carpetovetónicos lo esperaban con tamañas mañas. Por mi cuenta hice los
ejercicios de fantasía usuales y me propuse ir.
PITÓN IZQUIERDO, OTRA VEZ En otra
incitación más reciente torearían en Las Ventas Ponce, El Juli y El Zotoluco. Una
tarde para dos figuras españolas y una mexicana. De nuevo sumé, resté, dividí,
multipliqué, saqué derivadas e integrales y pude ir. La corrida no trascendió
pero me di el gusto sin arrepentirme de nada.
PITÓN DERECHO Hay más tardes
mediocres que buenas y las verdaderamente esplendorosas se entresacan con
pinzas de joyero. La triste realidad es que la mayoría de las tardes que
anticipamos como buenas, nosotros los secuestrados por Los Toros tenemos que
refugiarnos en el síndrome de Estocolmo: adoramos a nuestros captores aunque
nos decepcionen con sus medianías: un trapazo aquí, una carrerita allá.
PITÓN DERECHO Una cosa es lo que
dicen los folletos para turistas y otra las tres horas de viaje con paradas en cuanto pueblo pintoresco o árido
se atraviesa. No me es permitido manejar autos por razones de edad ( como
adolescente estuve en el mano a mano de Manolete y Silverio, en la México, en
1946) y para no poner en riesgo la vida de los demás y la mía propia tengo que
utilizar el transporte público, que es casi la única opción. Mis calendarios me
hacen blanco apetecible para quienes tienen adicción al robo cómodo. Siempre
estoy atento al despojo sorpresivo. Es uno de los costos de mi afición. Esta
vez el viacrucis resultó una revisión interminable de folklore y gastronomía a
bordo en donde el personal de apoyo ambulante atiende a los pasajeros; luego en
el siguiente pueblo descienden ya sin mercancía. El vehículo recibe y entrega su
carga humana. Por las ventanillas veo a lo largo del camino los cenotafios abandonados
a su suerte y llantas lisas a la intemperie. Por momentos me olvido del temor
de llegar tarde; abrazo mi mochila y cabeceo un poco.
RECORTE FINAL Afortunadamente llegué
a tiempo y pude apreciar con atención y calmadamente a los alternantes. Me
acuerdo más del viaje que de la corrida.
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