miércoles, 18 de marzo de 2015

CON EL CARISMA HEMOS TOPADO


ENGANCHÓN Para iterar lo dicho en el anterior envío y ampliar la idea, diremos que además del temple de la bravura, hay otras emociones arrebatadoras taurómacas que no se derivan de la bravura, sino de la nobleza, del carácter pastueño y de los temperamentales envites bravos que la sapiencia del torero sabe provocar y acompasar.

PITÓN DERECHO Al aceptar el ENGANCHÓN comprendemos que la materia prima para el éxtasis hondo es al momento del temple de la bravura, pero que también brotan deliquios de la coreografía del diestro que guía las embestidas francas del astado ingenuo. Si el torero tiene carisma que es ese encanto que lo diferencia de sus iguales y que fascina a las tribunas haciendo lo mismo, entonces tenemos el milagro de la Figura.

OTRO ENGANCHÓN Ese carisma se presta a trucos y simulaciones sin duda, pero es lo que decide el paso de la Tauromaquia a la Tauromagia. Porque digamos: ¿qué torero de primer nivel, aclamado por los tendidos de ayer y de hoy, no tiene en su closet alguna alimaña a la que hizo una de las faenas del siglo?

PITÓN DERECHO Con el carisma hemos topado. Miguelín demostró el 19 de mayo de 1968, que la bravura del toro no era necesaria al incendio que El Cordobés atizaba en los tendidos. Porque para que se diera el furor taurino en las andanadas bastaba con el carisma de El Cordobés y su dominio sobre el animal con trapío dócil (con el que muchísimos se dan por bien servidos). Miguelín vestido de paisano brincó a la arena, luego palmeó y acarició al toro con el que El Califa hacía de las suyas.

PITÓN IZQUIERDO ¿Qué develó Miguelín? En rigor, nada nuevo. Después del episodio iconoclasta, el de Palma del Río siguió como si nada, no sólo en esa tarde, sino  por varias temporadas, sin que la descobijada le provocara un gélido rubor (si vale la expresión), y con el público haciendo las mismas filas frente  a las taquillas,

PITÓN IZQUIERDO, OTRA VEZ Los escándalos nunca acaban con las figuras. Sino fuera así, entonces las carretadas de orejas cortadas a novillos gordos y las cornadas por cuernos mochos dejarían desolado el escenario taurómaco, porque las figuras ya hubieran desaparecido. El carisma los tiene blindados ante esas ¨pequeñeces¨. Si el carisma no es componente de la personalidad del torero, entonces hasta un alambre bastaría para enredarle los pies y dar con él en el suelo del olvido.  

PITÓN DERECHO Por el lado de los aficionados  y demás asistentes a las corridas, los hay que están fuera de la esfera del carisma de algún torero en particular. Nada les place aunque llegan a tener una apreciación documentada del desempeño del diestro, pero no los arrebata. Son foráneos al dominio territorial y emocional de la Figura y nunca quedan dentro de su burbuja. No entienden el por qué ese torero es tan aclamado porque ¨tiene sus cosas, pero de ahí no pasa y hasta fijándose bien, llega a tener ratitos en que le sale lo mamarracho.¨

PITÓN IZQUIERDO Recordemos al periodista taurino Carlos León. Su temperamento de conocedor despiadado y personalidad sarcástica le costó un coletazo de El Ciclón Arruza y un libro de L. Romero (El Cordobés y sus Enemigos) que más que páginas de apoyo a este torero resultó ser un catálogo de insultos empastados dedicado al cronista docto y de ponzoña, que jamás cayó en el fogón de la pasión permanente por ningún torero; aunque tiene en su closet la admiración por El Loco Amado Ramírez.     

PERDIENDO LA CARA AL TORO Por cierto, la obra contra Carlos León, lleva la presentación de Cantinflas, el cómico que tiene una estatua taurina en la plaza México y que defiende a su manera a El Cordobés y, por consiguiente desacredita a Carlos León, quien es el autor de guiones de películas del mismo cómico.  


DESPLANTE FINAL Dijimos al principio: torear es templar la bravura, no aprovechar el viaje, pero llega un diestro con oficio taurino y muy bien que provoca y aprovecha el viaje y nos alborota las tardes, nos da argumentos interminables para tertulias que lastimosamente acaban tan pronto y de paso nos salva, no sólo los domingos, ni las temporadas, sino la misma afición vital. Órale.