miércoles, 18 de julio de 2012

EL MIEDO NO DA VENTAJAS

PITÓN DERECHO Arévalo y del Moral dedican un libro importante y ameno a la vida y muerte del torero Francisco Rivera, Paquirri. Cuentan que en el patio de cuadrillas de Pozoblanco, antes de iniciar el que sería el último paseíllo de su temporada española y que resultó también el último de su vida, uno de sus alternantes, El Yiyo, le hace una pregunta:

PITÓN IZQUIERDO --¿Maestro, cómo son estos toros?

PITÓN DERECHO Era la sexta vez que Paquirri torearía ese ganado y había comentado horas antes que los toros de Bandrés Sayalero le embestían bien y solía estar muy a gusto. A punto de partir plaza para alternar con quien hizo la pregunta y El Soro, Paquirri responde:

PITÓN IZQUIERDO --La corrida es muy bonita. Ahora te enterarás.

PITÓN DERECHO Es decir, contesta otra cosa y no comparte con su alternante la importante información. Por supuesto que conocía el encaste, pero no dio el parte informativo que, en cualquier tarde, puede propiciar el triunfo y evitar la cornada. No dar ningún tipo de ventaja es un rasgo que en todo el libro parece formar parte del estilo de Paquirri. 

PITÓN IZQUIERDO En el cuarto de la tarde (su 2º), Paquirri veroniquea a Avispado. Hay una foto donde el diestro está de perfil, como despreciando los cuernos, viendo a las gradas, no la embestida. El toro ataca por su cuenta al capote extendido. Es una la las cinco verónicas que dio a pies juntos. Es un pase temerario.

PITÓN IZQUIERDO, OTRA VEZ Después de ese momento inmovilizado para siempre, salen los picadores y Paquirri al sostener al toro para que se coloque el picador, es embestido. Evita un primer arreón pero no el segundo, que sería el último que verá en su vida. Es empitonado a fondo. Del centro del ruedo a donde el toro lo llevó cabeceando lentamente, lo rescatan y se dirigen a la enfermería. Tienen que quebrar el vidrio para tener acceso. A partir de ese momento El Yiyo se encargó del toro.

PITÓN DERECHO Lo aprovecha y corta dos orejas. Una hazaña considerada por muchos, cuando menos impertinente, si no es que baja,  ya que el torero se esmera para triunfar con un toro que ha herido a un compañero. El Yiyo ya había cortado las dos orejas a su primero, luego esa dos al de Paquirri y, en el 5º de la tarde, su 2º, otras dos.

PITÓN DERECHO, OTRA VEZ Seis orejas; El Yiyo tampoco concedió ventajas esa tarde en que Paquirri fue herido letalmente.

PITÓN IZQUIERDO Durante la temporada 2011 de San Isidro entrevistaron a un torero en retiro, cuyo nombre he olvidado. Este diestro rememoró que una vez alternando con Paquirri, éste tenía ya asegurada la salida por la Puerta Grande por una de sus acostumbradas faenas de garra. El torero entrevistado también abriría la Puerta Grande si cortaba otra oreja, a éste su último toro. Entró a matar bien, pero la estocada fue de lento efecto. Tuvo que buscar el descabello. Al colocarse para intentarlo, Paquirri se acercó y no lo hizo para ayudar sino que distrajo una y otra vez la atención del moribundo para que no fijara la cerviz y fallara el descabello. Hubo varios intentos fallidos. Finalmente Paquirri salió sin compañía por la Puerta Grande.

PITÓN DERECHO Suele darse otro tipo de competencia desleal y es la que se puede establecer con el toro. Algunas veces los aficionados descubrimos que el torero que con tal de no enseñar el cobre por su falta de técnica, valor o creatividad, por desgano, o todo a la vez, para resolver charadas con cuernos, denuncia públicamente que el toro es intratable. Por supuesto que hay toros que son difíciles, pero hay toreros que se esfuerzan más por echar el público en contra del toro que por encontrar la lidia adecuada al galimatías con cuernos. Hay plazas donde la afición no se deja engatusar; pero en otras terminan devolviendo al toro o chiflándole en el arrastre y reconociendo el afán del torero.

RECORTE FINAL Si un torero tiene la entereza de ánimo para salirle al toro, sabiendo que se le puede ir la vida a borbollones en una cornada repentina, ¿cómo es posible que caiga en la tentación de las pequeñas mezquindades? Es que los hijos del Miedo son todos los Peligros que están agazapados detrás de todo. El torero tiene que descubrir dónde están los demonios para exorcizarlos. Se tiene que aferrar a todo lo que pueda significar seguridad, confianza. Se tranquiliza el ánimo con el color del corbatín, la disposición de los enseres del cuarto del hotel, la presencia o ausencia de una mujer, los sueños de la siesta, los temas de la conversación menuda, tallando las zapatillas sobre los aros; iniciar con el pie derecho. Hace todo lo que se tiene que hacer.   

sábado, 14 de julio de 2012

DOS EQUÍVOCOS y TRES INFUNDIOS SOBRE LA TAUROMAQUIA






1er Equívoco
La tauromaquia es un deporte
1er Infundio
La tauromaquia no es cultura
2do Infundio
La tauromaquia no es arte
  3er Infundio
Los taurinos disfrutan la tortura
2do Equívoco
La tauromaquia es un espectáculo fuera  de nuestro tiempo





La intención de este ensayo es contribuir al entendimiento de una manifestación cultural sui generis. Tanto la ignorancia como el dolo con que es atacada la tauromaquia se pueden amainar persuadiendo con información del domino público. Es imposible erradicarlas completamente ya que ninguna fobia humana puede serlo. Ambas formas de atacar el arte taurino configuran un caso de lesa cultura y están arraigadas en el simple desdén por entender lo que se ataca y aunque la ignorancia puede reducirse a corto plazo, su costra, que es el dolo, puede llevarse más tiempo en ablandarse.




Eugenio Guerrero Güemes
Mexicali, B.C., verano del 2012




1er Equívoco
¨La tauromaquia es un deporte¨

El lema olímpico compuesto por tres palabras latinas Citius, Altius, Fortius ¨Más Rápido, Más Alto, Más Fuerte¨ si bien describe la gran mayoría de lo esfuerzos con que se ganan los lauros en las competiciones olímpicas, no se emparenta ni lejanamente con la sustancia de una corrida de toros. Esa sola consideración bastaría para excluir al toreo del listado de los deportes.
¨Más Rápido, Más Alto, Más Fuerte¨ es la redacción de un triple imperativo para la cuarentena de disciplinas deportivas que se incluyen en los Juegos Olímpicos. Ese imperativo parece sobre volar la gimnasia artística, el nado sincronizado y los saltos de trampolín y plataforma. Esto es, el ideal deportivo señalado parece excluir los únicos eventos olímpicos que se orientan más a la apreciación de la belleza rítmica que a la admiración y culto del músculo espasmódico. En el caso de las pruebas hípicas, únicos deportes en que participan animales y que por eso pudiera asociarse en algo con la tauromaquia, no van más allá con la analogía porque en la Copa de las Naciones tampoco se busca la belleza, sino el reconocimiento al adiestramiento y doma de los equinos.
Hay otro asunto olímpico y lateral no asimilable a lo taurino: los zapatos, trusas, camisetas y los adminículos utilizados en las justas olímpicas constantemente reciben adelantos tecnológicos que los hacen casi indetectables por la báscula, cada tres o cuatro olimpíadas. El desarrollo tecnológico visible en los materiales y confección de los indumentos utilizados por los atletas olímpicos es imparable. También los pisos, pistas, medios y superficies e instrumentos se mejoran para que los afanes de los atletas tengan marcas más rápidas, más   altas, más fuertes. Cada cuatro años la competición mundial estrena adelantos significativos para hacer tersas las cadencias humanas mediante el uso de los materiales desarrollados planetariamente para superar los logros.
En el caso de los trajes de los toreros, ni siquiera el menos informado de La Fiesta diría que son los más adecuados para los movimientos que exige bregar con un toro bravo. Los tres principales componentes del traje: la chaquetilla, el chaleco y la taleguilla, tienen hombreras, alamares, borlas y bordados metálicos con un peso que puede llegar a los cinco kilos. La arena sobre la que se juega la vida el torero tradicionalmente no recibe tratamiento artificial. Sigue siendo transportada desde las riveras de ríos, dunas del desierto o faldas de volcanes y sometida a procesos físicos.
Para concluir este rápido deslinde del deporte con la tauromaquia todavía quedarían por considerarse dos deportes, no olímpicos y con gran aceptación mundial y en los que, como en la corrida de toros, tienen un papel indispensable los animales: se trata de la pesca y caza. Por lo general en las tres actividades terminan muertos los animales. Digo ¨por lo general¨, porque en la pesca muchas veces no. Recordamos que hay modalidades en que reintegran al agua el pescado (volviéndole así su condición de pez), una vez que le arrancan de las fauces el anzuelo con que lo sacaron a fuerzas de su hábitat. Si no es el caso, simplemente lo dejan que se asfixie. En la cacería el animal es abatido, frecuentemente, sin haber cruzado miradas con su cazador que lo pudo acechar con miras telescópicas a medio kilómetro de distancia. Pero esa semejanza no es suficiente para hacer del torero un deportista mientras que el pescador y el cazador si merecen el apelativo. Aún otra diferencia: el cazador y el pescador practican un deporte relativamente seguro para ellos, mientras que el torero oficia un rito y mientras esté el toro en el ruedo, el oficiante puede ser herido de muerte en cualquier momento. 
Por cierto, a pesar de causar tantas bajas a la fauna salvaje, una de las razones por las que la caza no es asediada con su evaluación moral ni asaetada por los insultos ULB es porque resulta ser parte de uno de los negocios de jugo verdaderamente globalizado: la venta de armas. ¡Con los grandes negocios habrían topado!

 1er Infundio
¨La tauromaquia no es cultura¨

Los humanos somos criaturas que cumplimos con las encomiendas biológicas de la especie: nacemos, crecemos, nos alimentamos, nos reproducimos y morimos. Ninguno de esos eventos es producto cultural aportado, sino coexistencia de los instintos y vísceras compartidas con el resto de los animales. Lo que si es un aderezo humano es el guateque y alborozo que hacemos los padres cuando nacen nuestros críos. Asimismo lo es la preparación y condimento aromático de los nutrientes con lo que satisfacemos la necesidad de alimentarnos. El rito de iniciación a la pubertad también es cultural. Para cumplir años basta con estar vivo, es un momento biológico, pero hacer una fiesta y decorar un pastel con velas encendidas convierte este elemental acto, que en el fondo es ver pasar el tiempo, en un hecho cultural. Llegar a ¨la edad de las ilusiones¨ o a ¨ la de merecer¨, es un acontecimiento folclórico. La alimentación es otra necesidad animal: utilizar tenedores y cucharas y no hacer ningún acto de limpieza en la mesa, otro que no sea desmancharse los labios, es cultura. Matar un animal para conseguir los elementos nutricios para nuestra permanencia terrestre es una necesidad; torearlo vestido de luces, exponiendo la vida antes de darle muerte para después comerlo, es un evento cultural. La necesidad de aparearse corresponde a la bienvenida y celebrada urgencia de la especie; vestirse de gala y comprometerse ante Dios y los hombres e intercambiar anillos para bendecir y legalizar la cohabitación y procreación,  es una conspiración cultural.
Morir es otro acontecer inevitable de la especie humana. Llevar el cadáver en una procesión lenta y rendirle cultos familiares, cívicos o religiosos y construir un cenotafio es una ceremonia cultural. Controlar la natalidad del planeta por medio de millones de abortos es un evento brutal, pero no deja de pertenecer a la cultura. Matar al que pone en peligro nuestra vida es reacción visceral, hacerlo con rifles, bombas o dosificando una descarga eléctrica, es acontecimiento que, vestido con la formalidad de una declaración oficial, pertenece al ámbito de la cultura. 
Los afeites con que se acicalan las actrices del cine así como los simples trazos con gomas y anilinas de los bosquimanos pertenecen a la cultura humana; lo mismo las pinturas más exquisitas en los lienzos expuesto en el Hermitage, Louvre, Getty o del Prado, son tan inherentes a la cultura como las hermosas y extrañas elaboraciones dibujadas bajo los peñascos de Piedra Gorda, a un lado de La Rumorosa, en Baja California.
La tauromaquia es componente del acervo cultural de la humanidad. No será del gusto de todos, pero eso no la desamarra del legajo actual de la cultura mundial.
¿Qué ejemplo habría de alguna expresión cultural que fuera de aceptación universal? ¿Conoce Usted a alguien que se aburra en los museos, o con Wagner? ¿Con la música rockera, hip-hop o grupera? ¿Conoce a alguien que no haya leído El Quijote de la Mancha?
¿Qué actitud debemos adoptar con algo que  no sea del gusto de todos?

Todavía más, la Fiesta de los Toros no sólo es una proeza cultural, es un rito escénico. La reconocemos como cultura por ser creación humana y la definimos como rito porque es pompa y circunstancia que se integra con usos, costumbres, cánones y prácticas muy extrañas a otras manifestaciones artísticas. Los elementos de esta, que pudiéramos llamar, liturgia pagana, deben observarse minuciosamente tarde a tarde porque cuando se incurre en omisión no falta alguno de los participantes: los toreros, la autoridad de la plaza, los aficionados quisquillosos, los cronistas, que se exijan unos a otros el cumplimiento del canon. En todos los casos se espera una enmienda pública, un buen regaño y hasta la imposición de una multa de las que están previstas en los reglamentos que cada plaza de toros en el mundo tiene.
La consolidación de la tauromaquia como expresión cultural centenaria, se ha logrado por su apego al canon que en cada corrida se tiene que cumplir. La lidia de un toro es una ceremonia que ha ido ensartando con hilo de oro costumbres con las que finalmente recama con detalles significativos los veinte minutos que vive un toro sobre la arena. Hay que señalar que el ritual no solamente se da en esos veinte minutos sobre la arena, sino que se extiende por años antes de la corrida tanto en el campo bravo y durante semanas, días y horas en las corraletas, donde los toros aguardan.
Algo del ritual. Estamos en nuestro asiento y es la hora. Parches y bronces resuenan. Se empieza por ¨despejar la plaza.¨ Como se sabe, el uso del término ¨despejar¨ obedece a que antiguamente se toreaba en las plazas cívicas, mismas que se acondicionaban con troncos, tablones, graderías y cercas para permitir la presencia del público sin ponerlo en riesgo. Pues bien, como se trataba de una plaza de uso irrestricto deambulaban los paseantes, los buhoneros y vendedores de bocadillos. Poco antes de la corrida la autoridad representada por el jinete alguacilillo despejaba la plaza para que se diera el festejo. Una vez desalojada la caterva, ahora sí se presentaban los toreros que irían a participar ese día. Realizado el desfile de los artistas, la autoridad procedía a recoger las llaves para abrir los chiqueros y dejar a los toros desparramar el pánico. El rito actual sobre viviente es que cuando son tres los alternantes, el matador de mayor antigüedad se coloca a la izquierda, a su derecha en el otro extremo el siguiente en antigüedad y al centro, el más reciente. En ese orden es como torean, siendo el más antiguo el Director de Lidia, función que cada vez se desempeña menos. El que pisa por vez primera esa arena se descubre durante el paseo, esto es, lo hace con la montera en mano. El reglamento señala cuándo puede tocar la banda. Por costumbre sólo los matadores y los picadores pueden llevar bordados en oro. El matador no deberá tomar la espada con la mano izquierda, aunque en casos de herida, sí. Recientemente El Juli, lastimado del hombro derecho hizo una faena al toro con el estoque en la izquierda, misma mano que utilizó para darle muerte al animal. Pero eso es una rareza. Cualquier incumplimiento a la liturgia taurina, apenas esbozada en estas líneas, hace fruncir el seño.
Un momento ritual que se cumple en la gran mayoría de las tardes es el silencio que precede al momento en que el torero prepara la muerte del toro. Cuando el torero se perfila a matar, se hace el silencio, se calla la música, se apagan los gritos, se terminan los aplausos y el silencio techa la tarde. Aún si la faena previa no ha tenido mérito alguno y no haya entusiasmado a los asistentes, de todas maneras se hace el silencio por el inminente sacrificio del toro. Un silencio contenido que se desinfla en grito de decepción si falla el torero al primer intento o que estalla en alborozo si hay suerte de acertar la estocada y el toro muere rápidamente. Por mucho que el público haya aclamado la actuación del torero, pidiendo música, gritando óles o celebrando con coros: ¨¡Torero, torero!¨, si no da muerte rápida al toro, entonces no logrará ninguno de los trofeos que usualmente se otorgan.

2do Infundio
¨La tauromaquia no es arte¨

La gran mayoría de los que acuden a las corridas de toros lo hacen por divertirse, es cierto, pero eso no le quita un ápice al arte taurómaco. Sería como pensar que las oleadas de turistas que se distraen en los museos, con su frivolidad le descuentan valores artísticos a las obras que los divierten tanto. Pasa lo mismo con las corridas de toros: La obra de arte del torero se da porque ha sido diseñada con intención estética, aunque sólo la disfruten minorías y las mayorías la consideren como simple diversión.
Las evoluciones que hace el torero frente al toro bravo corresponden a una coreografía formada por los aportes personales de miles de toreros que se han jugado la vida frente a centenares de ganaderías y que han acumulado con sus interpretaciones un acervo coreográfico del que se extraen, para repetirlos, lances tarde con tarde. Es un minué ritual que intenta conmover el espíritu del diestro y de los asistentes, plantándose frente al peligro mortal de un animal con cuernos, que ronda la media tonelada. La intención es la de generar belleza tirando de la cornamenta con los vuelos de un lienzo, mientras el torero solamente mueve los brazos para que las astas rasguen el aire frente a sus muslos arqueados en seda y oro. La quietud momentánea al tiempo que esa guadaña despliega su curva es lo que conmueve al hacedor y al espectador del arte taurino.
En efecto, postulamos que cuando un humano diseña una obra buscando la emoción estética para conmover a quien la vea o escuche, en ese momento hace arte y consecuentemente se transforma en artista. Por supuesto que no todos los que anhelan ese sobrecogimiento ante la hermosura lo logran, ni en la tauromaquia, ni en la música, ni en la mímica, ni en la pintura, ni en la literatura, ni en la escultura, ni en la actuación escénica. Pero la intención del autor es lo que define una obra de arte: la pretensión de crear éxtasis en el próximo; querer ser un taumaturgo. Puede resultar una fallida obra de arte y la gran mayoría así son por la irremediable escasez de talento y flagrante mediocridad del artista o por su técnica destartalada; pero el puro estro para generar emoción estética es suficiente para hacer del iluso un artista; que logre obras excelsas, es otro asunto.

3er Infundio
¨Los taurinos disfrutan la tortura¨
Para Fernando Sánchez Dragó
Creo que aquí reposa la limitación principal de los anti taurinos: su olvido que el principal vínculo de los humanos con lo que vale la pena, es el sacrificio. El concepto del sacrificio está arraigado en todas las culturas y aparece simultáneamente con la idea del pecado o un incumplimiento de ciertos valores o preceptos divinos. Algunas veces para congraciarse con los dioses son suficientes las ofrendas materiales; en otras es necesario el sacrificio de animales o de humanos. Conciliar mi arrepentimiento con el valor superior al que le fallé, me obliga a la inmolación, al sacrificio.  
Ya dos mil años aC  el concepto de sacrificio aparece ligado a la idea de la sangre para recibir el perdón, lavar culpas o apaciguar iras. Así multitud de jeroglíficos, petroglifos, huesos calcinados, estelas pétreas, gestas y mitologías sugieren o mencionan varias especies de animales como prendas propicias para lavar las faltas humanas y congraciarse con las deidades. La hecatombe griega significaba una manada de cien bueyes para ser sacrificados. Pero también los mismos dioses exigen ocasionalmente que las criaturas sacrifiquen a sus propios hijos para lavar con su sangre las afrentas recibidas y poder obsequiar el perdón. En ocasiones los humanos creen que el dios no requiere el sacrificio para perdonar, sino para evitar su ira y ser prensados contra el polvo. De acuerdo con la Biblia, la obra más influyente en la cultura occidental, también el sacrifico es la vinculación original de la criatura con su creador. Y este lazo puede elevarse o descender. Así Jehová permite desde sus alturas que Job sufra tribulaciones hasta hacerlo el modelo universal de la sumisión. También la ofrenda del sufrimiento puede originarse como una súplica elevada por el propio desvalido para propiciar la benevolencia divina. La renuncia a los bienes y vanidades terrenales es un sacrificio con tal de ver el Rostro. Las órdenes mendicantes, la vida conventual o monástica no es otra cosa que renunciación. El mismo Jesús fue ofrecido en sacrificio para la salvación de los humanos.
Ahora bien, cuando la ablución es a través de la sangre, ésta no tiene por que ser humana. Los chivos expiatorios son bestezuelas que se ofrecen en sacrificio para lavar culpas. Las gallinas, los corderos, los guajolotes, las vacas, y de hecho toda la fauna marina, aérea y terrestre es propicia para el sacrificio que el humano ofrece para su reconciliación.
Ya salidos del ámbito del Panteón, podemos constatar que en el mundo cotidiano prescindimos de la comida chatarra con tal de no trastabillar la báscula.  Aún más, nosotros los humanos con las mandas, las penitencias y las peregrinaciones presentamos modalidades de la decisión de pasar penurias, sufrir incomodidades deliberadamente, echarnos molestias intencionadas con tal de recibir, agradecer o merecer  un bien mayor.  Estamos dispuestos a dejar de comer estalactitas de hidrocarburos y melazas con tal de poder tocarnos las rodillas y no hacer otro hoyuelo al cinturón. Abandonamos las cobijas temprano para trotar, frenamos el tren de vida para realizar el viaje en jet. Estos tipos de esfuerzo pueden considerarse como la disposición de sacrificarse un poco con tal de acceder a un bien o gozo mayor. Recordemos que para dar gracias por las bendiciones recibidas cada año sacrificamos millones de guajolotes para que los humanos nos congreguemos en familia el Día del Agradecimiento. En ocasiones primero nos divertimos y luego nos sacrificamos, como en las dietas posteriores a las épocas festivas. Es más, preferimos el término ¨sacrifico¨ al de ¨matar¨ En el rastro municipal no se torturan las vacas para destazarlas, se ¨sacrifican¨. Tal vez vinculado al mandamiento de no matarás, optamos por decir que sacrificamos, no que matamos.
Regresando a nuestro tema: El rito de la corrida de toros incluye el sacrifico del toro y como todo rito, sus orígenes se pierden en las conjeturas vagas e inevitables que tiene toda manifestación cultural para tantear sus penumbras históricas. No sabemos cuando aparecieron los toros como víctimas expiatorias. El toreo tal como lo conocemos ahora, tiene un protocolo que exige la eventualidad de la muerte del humano y la certeza del sacrificio del animal. Aunque no ubiquemos el primer toro sacrificado, el sentido profundamente desconocido de su inmolación persiste en el rito taurino del Siglo XXI.
El artista oficiante está obligado a buscar el éxtasis estético frente al hálito de la muerte en acecho. El matador está obligado por el canon a estar aislado dentro de la muchedumbre. El torero atenazado por el miedo que no le deja retirarse realiza, cada tarde que torea, los que pudieran ser sus últimos lances de su vida, esto es, no sólo el toro tiene que sacrificarse, sino él mismo puede cruzar los umbrales del sacrificio. Una vez transcurridos los veinte minutos que el rito marca y la genética animal permite, el toro ha de morir. El toro ha de ser sacrificado. El cumplimiento de su culminación ritual tiene que ser a la primera estocada. Más intentos malogran el rito y se impide el reconocimiento del público. Si fuera divertida la tortura no sería rito y por lo mismo se premiaría al torero que más prolongara la muerte del toro. Por lo contrario, se premia la prontitud del sacrificio. Esa muerte ritual del toro de lidia es distinta a la que sufren los otros miembros de su especie que son victimas del llamado ¨pistón cautivo¨ y que mueren ocultos a la vista de todos los futuros comensales.
¿Por qué debe morir el toro? No podemos menos que especular en la persistencia del sacrificio milenario. ¿Morir es vivir para siempre y por eso el sacrificio, o vivir es el sacrificio para no estar muerto? ¿Será que el sacrificio del toro de las corridas es un avatar inevitable de las tragedias ancestrales en aras del éxtasis bárbaro? Niko Katsansakis en su obra El Que Debe Morir nos acerca a la imposibilidad de separar el binomio vida-muerte. Oriana Fallaci hace muy tenue la línea divisoria en Nada y Así Sea.
Órale.




2do Equívoco
¨La tauromaquia es un espectáculo fuera  de nuestro tiempo¨
Alegan sus detractores que está fuera del tiempo pero la razón es que no saben con qué compararla. No aciertan a encontrarle parecidos. No es actividad que pudiera empalmarse con ninguna otra. Al dictaminarla como fuera de nuestro tiempo lo que hacen es aceptar que su unicidad, su esencia incomparable, no tiene con qué cotejarse. Se puede describir, pero no se puede empalmar sobre otra actividad y recortarle las orillas. La característica sui generis que guarda la tauromaquia es estar más cerca de ser elemento amalgamador de nacionalismos que extenderse a ser espectáculo globalizado. Tiene más presencia en regiones donde previamente ha echado raíces y mantiene sus calendarios que perspectivas de recuperar países donde antaño estuvo o plantarse donde la conocen de oídas.
Si se hace el cotejo del torero con otros actores no se encontrarían rasgos comparables. El torero es un actor escénico. Sólo que a diferencia de los otros actores escénicos que representan un personaje ideado generalmente por un solo autor, el torero sigue un papel escrito por el autor colectivo integrado por todos los toreros que antes que él han sido y otros contemporáneos. En la confección de este papel de autor colectivo, algunos han aportado más que otros a la coreografía final. Aun otra diferencia que impide la búsqueda de los parecidos culturales: lo que le sucede al torero es real. Es un actor al que le pasan cosas reales. El miedo, el caballo, los picadores, las banderillas, el estoque, la muerte del toro, la sangre de las cornadas, el ojo botado por la punta de un cuerno, el paladar hendido por un derrote de asta. Los intestinos enarenados y sostenidos con manos sucias. Todo eso, en su momento es real. La puñalada de Tosca, el veneno de Julieta, la tisis de Mimí, la locura de Macbeth aunque verosímiles, no son reales. En cambio el torero es un actor que no revive o sana para recibir aplausos. En eso es diferente a todos los demás actores escénicos. 
Ahora atendamos cómo el torero danza frente al toro. No debe perturbar la fluidez de la coreografía porque desataría la embestida incontrolable. Tiene que situarse para que el toro lo detecte pero no incitarlo antes de estar preparado. Son movimientos parecidos a las evoluciones del ballet embellecidos por la lentitud. Sólo que no es ballet, porque el torero está envolviéndose en ritmo frente a un animal de medida tonelada que se dispone a embestir. ¿Qué otro artista hace evoluciones frente a un animal de peligro? ¿Los jinetes de las carreras de caballos realizan sus proezas al mismo tiempo que pretenden crear belleza? Los domadores de caballos mostrencos los montan y tratan de permanecer atenazados a ellos siete segundos, pero sin crear ni pretender éxtasis alguno. La unicidad de la tauromaquia la hace resaltar entre todos los espectáculos del hombre. Y su singularidad contribuye a su incomprensión. Todas las actividades con las que se pudiera forzar una comparación, son distintas; por esto da la impresión que la tauromaquia está fuera de los tiempos. No lo está porque se documentan miles de corridas al año en todo el mundo taurino. Lo que pasa es que no se encuentran parangones, ni analogías consistentes y no tiene pares entre los cuales acomodarse.