1er Equívoco
La tauromaquia es un
deporte
1er Infundio
La tauromaquia no es cultura
2do Infundio
La tauromaquia no es arte
3er Infundio
La tauromaquia no es arte
3er Infundio
Los taurinos disfrutan
la tortura
2do Equívoco
La tauromaquia es un
espectáculo fuera de nuestro tiempo
La intención de este ensayo es
contribuir al entendimiento de una manifestación cultural sui generis. Tanto la
ignorancia como el dolo con que es atacada la tauromaquia se pueden amainar persuadiendo
con información del domino público. Es imposible erradicarlas completamente ya
que ninguna fobia humana puede serlo. Ambas formas de atacar el arte taurino configuran
un caso de lesa cultura y están arraigadas en el simple desdén por
entender lo que se ataca y aunque la ignorancia puede reducirse a corto plazo, su
costra, que es el dolo, puede llevarse más tiempo en ablandarse.
Eugenio Guerrero Güemes
Mexicali, B.C., verano del 2012
1er Equívoco
¨La tauromaquia es un
deporte¨
El lema olímpico compuesto por tres palabras latinas Citius, Altius, Fortius ¨Más Rápido, Más Alto, Más Fuerte¨ si bien describe la gran mayoría de lo esfuerzos con que se ganan los lauros en las competiciones olímpicas, no se emparenta ni lejanamente con la sustancia de una corrida de toros. Esa sola consideración bastaría para excluir al toreo del listado de los deportes.
¨Más Rápido, Más Alto, Más Fuerte¨
es la redacción de un triple imperativo para la cuarentena de
disciplinas deportivas que se incluyen en los Juegos Olímpicos. Ese imperativo parece
sobre volar la gimnasia artística, el nado sincronizado y los saltos de
trampolín y plataforma. Esto es, el ideal deportivo señalado parece excluir los
únicos eventos olímpicos que se orientan más a la apreciación de la belleza rítmica
que a la admiración y culto del músculo espasmódico. En el caso de las pruebas
hípicas, únicos deportes en que participan animales y que por eso pudiera
asociarse en algo con la tauromaquia, no van más allá con la analogía porque en
la Copa de las Naciones tampoco se busca la belleza, sino el reconocimiento al adiestramiento
y doma de los equinos.
Hay otro asunto olímpico y lateral
no asimilable a lo taurino: los zapatos, trusas, camisetas y los adminículos utilizados
en las justas olímpicas constantemente reciben adelantos tecnológicos que los
hacen casi indetectables por la báscula, cada tres o cuatro olimpíadas. El desarrollo
tecnológico visible en los materiales y confección de los indumentos utilizados
por los atletas olímpicos es imparable. También los pisos, pistas, medios y superficies
e instrumentos se mejoran para que los afanes de los atletas tengan marcas más rápidas,
más altas, más fuertes. Cada cuatro
años la competición mundial estrena adelantos significativos para hacer tersas las
cadencias humanas mediante el uso de los materiales desarrollados planetariamente
para superar los logros.
En el caso de los trajes de los
toreros, ni siquiera el menos informado de La Fiesta diría que son los más adecuados
para los movimientos que exige bregar con un toro bravo. Los tres principales
componentes del traje: la chaquetilla, el chaleco y la taleguilla, tienen hombreras,
alamares, borlas y bordados metálicos con un peso que puede llegar a los cinco
kilos. La arena sobre la que se juega la vida el torero tradicionalmente no recibe
tratamiento artificial. Sigue siendo transportada desde las riveras de ríos, dunas
del desierto o faldas de volcanes y sometida a procesos físicos.
Para concluir este rápido deslinde
del deporte con la tauromaquia todavía quedarían por considerarse dos deportes,
no olímpicos y con gran aceptación mundial y en los que, como en la corrida de
toros, tienen un papel indispensable los animales: se trata de la pesca y caza.
Por lo general en las tres actividades terminan muertos los animales. Digo ¨por
lo general¨, porque en la pesca muchas veces no. Recordamos que hay modalidades
en que reintegran al agua el pescado (volviéndole así su condición de pez), una
vez que le arrancan de las fauces el anzuelo con que lo sacaron a fuerzas de su
hábitat. Si no es el caso, simplemente lo dejan que se asfixie. En la cacería
el animal es abatido, frecuentemente, sin haber cruzado miradas con su cazador
que lo pudo acechar con miras telescópicas a medio kilómetro de distancia. Pero
esa semejanza no es suficiente para hacer del torero un deportista mientras que
el pescador y el cazador si merecen el apelativo. Aún otra diferencia: el
cazador y el pescador practican un deporte relativamente seguro para ellos,
mientras que el torero oficia un rito y mientras esté el toro en el ruedo, el
oficiante puede ser herido de muerte en cualquier momento.
Por cierto, a pesar de causar
tantas bajas a la fauna salvaje, una de las razones por las que la caza no es asediada
con su evaluación moral ni asaetada por los insultos ULB es porque resulta ser
parte de uno de los negocios de jugo verdaderamente globalizado: la venta de
armas. ¡Con los grandes negocios habrían topado!
1er Infundio
¨La tauromaquia no es cultura¨
Los humanos somos criaturas que
cumplimos con las encomiendas biológicas de la especie: nacemos, crecemos, nos
alimentamos, nos reproducimos y morimos. Ninguno de esos eventos es producto
cultural aportado, sino coexistencia de los instintos y vísceras compartidas con
el resto de los animales. Lo que si es un aderezo humano es el guateque y
alborozo que hacemos los padres cuando nacen nuestros críos. Asimismo lo es la
preparación y condimento aromático de los nutrientes con lo que satisfacemos la
necesidad de alimentarnos. El rito de iniciación a la pubertad también es cultural.
Para cumplir años basta con estar vivo, es un momento biológico, pero hacer una
fiesta y decorar un pastel con velas encendidas convierte este elemental acto,
que en el fondo es ver pasar el tiempo, en un hecho cultural. Llegar a ¨la edad
de las ilusiones¨ o a ¨ la de merecer¨, es un acontecimiento folclórico. La
alimentación es otra necesidad animal: utilizar tenedores y cucharas y no hacer
ningún acto de limpieza en la mesa, otro que no sea desmancharse los labios, es
cultura. Matar un animal para conseguir los elementos nutricios para nuestra permanencia
terrestre es una necesidad; torearlo vestido de luces, exponiendo la vida antes
de darle muerte para después comerlo, es un evento cultural. La necesidad de
aparearse corresponde a la bienvenida y celebrada urgencia de la especie;
vestirse de gala y comprometerse ante Dios y los hombres e intercambiar anillos
para bendecir y legalizar la cohabitación y procreación, es una conspiración cultural.
Morir es otro acontecer inevitable
de la especie humana. Llevar el cadáver en una procesión lenta y rendirle
cultos familiares, cívicos o religiosos y construir un cenotafio es una ceremonia cultural. Controlar
la natalidad del planeta por medio de millones de abortos es un evento brutal, pero
no deja de pertenecer a la cultura. Matar al que pone en peligro nuestra vida
es reacción visceral, hacerlo con rifles, bombas o dosificando una descarga eléctrica,
es acontecimiento que, vestido con la formalidad de una declaración oficial, pertenece
al ámbito de la cultura.
Los afeites con que se acicalan las
actrices del cine así como los simples trazos con gomas y anilinas de los
bosquimanos pertenecen a la cultura humana; lo mismo las pinturas más
exquisitas en los lienzos expuesto en el Hermitage, Louvre, Getty o del Prado, son
tan inherentes a la cultura como las hermosas y extrañas elaboraciones dibujadas
bajo los peñascos de Piedra Gorda, a un lado de La Rumorosa, en Baja
California.
La tauromaquia es componente del
acervo cultural de la humanidad. No será del gusto de todos, pero eso no la desamarra
del legajo actual de la cultura mundial.
¿Qué ejemplo habría de alguna
expresión cultural que fuera de aceptación universal? ¿Conoce Usted a alguien
que se aburra en los museos, o con Wagner? ¿Con la música rockera, hip-hop o grupera?
¿Conoce a alguien que no haya leído El Quijote de la Mancha?
¿Qué actitud debemos adoptar con
algo que no sea del gusto de todos?
Todavía más, la Fiesta de los Toros no sólo es una proeza cultural, es un rito escénico. La reconocemos como cultura por ser creación humana y la definimos como rito porque es pompa y circunstancia que se integra con usos, costumbres, cánones y prácticas muy extrañas a otras manifestaciones artísticas. Los elementos de esta, que pudiéramos llamar, liturgia pagana, deben observarse minuciosamente tarde a tarde porque cuando se incurre en omisión no falta alguno de los participantes: los toreros, la autoridad de la plaza, los aficionados quisquillosos, los cronistas, que se exijan unos a otros el cumplimiento del canon. En todos los casos se espera una enmienda pública, un buen regaño y hasta la imposición de una multa de las que están previstas en los reglamentos que cada plaza de toros en el mundo tiene.
La consolidación de la
tauromaquia como expresión cultural centenaria, se ha logrado por su apego al canon
que en cada corrida se tiene que cumplir. La lidia de un toro es una ceremonia que
ha ido ensartando con hilo de oro costumbres con las que finalmente recama con detalles
significativos los veinte minutos que vive un toro sobre la arena. Hay que
señalar que el ritual no solamente se da en esos veinte minutos sobre la arena,
sino que se extiende por años antes de la corrida tanto en el campo bravo y durante
semanas, días y horas en las corraletas, donde los toros aguardan.
Algo del ritual. Estamos en
nuestro asiento y es la hora. Parches y bronces resuenan. Se empieza por ¨despejar
la plaza.¨ Como se sabe, el uso del término ¨despejar¨ obedece a que
antiguamente se toreaba en las plazas cívicas, mismas que se acondicionaban con
troncos, tablones, graderías y cercas para permitir la presencia del público sin
ponerlo en riesgo. Pues bien, como se trataba de una plaza de uso irrestricto deambulaban
los paseantes, los buhoneros y vendedores de bocadillos. Poco antes de la corrida
la autoridad representada por el jinete alguacilillo despejaba la plaza para que
se diera el festejo. Una vez desalojada la caterva, ahora sí se presentaban los toreros que irían a
participar ese día. Realizado el desfile de los artistas, la autoridad procedía
a recoger las llaves para abrir los chiqueros y dejar a los toros desparramar
el pánico. El rito actual sobre viviente es que cuando son tres los alternantes,
el matador de mayor antigüedad se coloca a la izquierda, a su derecha en el
otro extremo el siguiente en antigüedad y al centro, el más reciente. En ese
orden es como torean, siendo el más antiguo el Director de Lidia, función
que cada vez se desempeña menos. El que pisa por vez primera esa arena se descubre
durante el paseo, esto es, lo hace con la montera en mano. El reglamento señala
cuándo puede tocar la banda. Por costumbre sólo los matadores y los picadores
pueden llevar bordados en oro. El matador no deberá tomar la espada con la mano
izquierda, aunque en casos de herida, sí. Recientemente El Juli, lastimado del
hombro derecho hizo una faena al toro con el estoque en la izquierda, misma
mano que utilizó para darle muerte al animal. Pero eso es una rareza. Cualquier
incumplimiento a la liturgia taurina, apenas esbozada en estas líneas, hace
fruncir el seño.
Un momento ritual que se cumple en
la gran mayoría de las tardes es el silencio que precede al momento en que el
torero prepara la muerte del toro. Cuando el torero se perfila a matar, se hace
el silencio, se calla la música, se apagan los gritos, se terminan los aplausos
y el silencio techa la tarde. Aún si la faena previa no ha tenido mérito alguno
y no haya entusiasmado a los asistentes, de todas maneras se hace el silencio
por el inminente sacrificio del toro. Un silencio contenido que se desinfla en grito
de decepción si falla el torero al primer intento o que estalla en alborozo si hay
suerte de acertar la estocada y el toro muere rápidamente. Por mucho que el público
haya aclamado la actuación del torero, pidiendo música, gritando óles o celebrando
con coros: ¨¡Torero, torero!¨, si no da muerte rápida al toro, entonces no
logrará ninguno de los trofeos que usualmente se otorgan.
2do Infundio
¨La tauromaquia no es arte¨
La gran mayoría de los que acuden
a las corridas de toros lo hacen por divertirse, es cierto, pero eso no le
quita un ápice al arte taurómaco. Sería como pensar que las oleadas de turistas
que se distraen en los museos, con su frivolidad le descuentan valores
artísticos a las obras que los divierten tanto. Pasa lo mismo con las corridas
de toros: La obra de arte del torero se da porque ha sido diseñada con
intención estética, aunque sólo la disfruten minorías y las mayorías la
consideren como simple diversión.
Las evoluciones que hace el
torero frente al toro bravo corresponden a una coreografía formada por los aportes
personales de miles de toreros que se han jugado la vida frente a centenares de
ganaderías y que han acumulado con sus interpretaciones un acervo coreográfico del
que se extraen, para repetirlos, lances tarde con tarde. Es un minué ritual que
intenta conmover el espíritu del diestro y de los asistentes, plantándose frente
al peligro mortal de un animal con cuernos, que ronda la media tonelada. La intención
es la de generar belleza tirando de la cornamenta con los vuelos de un lienzo, mientras
el torero solamente mueve los brazos para que las astas rasguen el aire frente
a sus muslos arqueados en seda y oro. La quietud momentánea al tiempo que esa
guadaña despliega su curva es lo que conmueve al hacedor y al espectador del
arte taurino.
En efecto, postulamos que cuando un
humano diseña una obra buscando la emoción estética para conmover a quien la
vea o escuche, en ese momento hace arte y consecuentemente se transforma en artista.
Por supuesto que no todos los que anhelan ese sobrecogimiento ante la hermosura
lo logran, ni en la tauromaquia, ni en la música, ni en la mímica, ni en la
pintura, ni en la literatura, ni en la escultura, ni en la actuación escénica.
Pero la intención del autor es lo que define una obra de arte: la pretensión de
crear éxtasis en el próximo; querer ser un taumaturgo. Puede resultar una
fallida obra de arte y la gran mayoría así son por la irremediable escasez de
talento y flagrante mediocridad del artista o por su técnica destartalada; pero
el puro estro para generar emoción estética es suficiente para hacer del iluso un
artista; que logre obras excelsas, es otro asunto.
3er Infundio
¨Los taurinos disfrutan
la tortura¨
Para Fernando Sánchez
Dragó
Creo que aquí reposa la limitación
principal de los anti taurinos: su olvido que el principal vínculo de los
humanos con lo que vale la pena, es el sacrificio. El concepto del sacrificio
está arraigado en todas las culturas y aparece simultáneamente con la idea del
pecado o un incumplimiento de ciertos valores o preceptos divinos. Algunas
veces para congraciarse con los dioses son suficientes las ofrendas materiales;
en otras es necesario el sacrificio de animales o de humanos. Conciliar mi
arrepentimiento con el valor superior al que le fallé, me obliga a la inmolación,
al sacrificio.
Ya dos mil años aC el concepto de sacrificio aparece ligado a la
idea de la sangre para recibir el perdón, lavar culpas o apaciguar iras. Así multitud
de jeroglíficos, petroglifos, huesos calcinados, estelas pétreas, gestas y
mitologías sugieren o mencionan varias especies de animales como prendas propicias
para lavar las faltas humanas y congraciarse con las deidades. La hecatombe griega
significaba una manada de cien bueyes para ser sacrificados. Pero también los
mismos dioses exigen ocasionalmente que las criaturas sacrifiquen a sus propios
hijos para lavar con su sangre las afrentas recibidas y poder obsequiar el
perdón. En ocasiones los humanos creen que el dios no requiere el sacrificio
para perdonar, sino para evitar su ira y ser prensados contra el polvo. De
acuerdo con la Biblia, la obra más influyente en la cultura occidental, también
el sacrifico es la vinculación original de la criatura con su creador. Y este
lazo puede elevarse o descender. Así Jehová permite desde sus alturas que Job sufra
tribulaciones hasta hacerlo el modelo universal de la sumisión. También la
ofrenda del sufrimiento puede originarse como una súplica elevada por el propio
desvalido para propiciar la benevolencia divina. La renuncia a los bienes y
vanidades terrenales es un sacrificio con tal de ver el Rostro. Las órdenes
mendicantes, la vida conventual o monástica no es otra cosa que renunciación. El
mismo Jesús fue ofrecido en sacrificio para la salvación de los humanos.
Ahora bien, cuando la ablución es
a través de la sangre, ésta no tiene por que ser humana. Los chivos expiatorios
son bestezuelas que se ofrecen en sacrificio para lavar culpas. Las gallinas,
los corderos, los guajolotes, las vacas, y de hecho toda la fauna marina, aérea
y terrestre es propicia para el sacrificio que el humano ofrece para su
reconciliación.
Ya salidos del ámbito del Panteón,
podemos constatar que en el mundo cotidiano prescindimos de la comida chatarra con
tal de no trastabillar la báscula. Aún
más, nosotros los humanos con las mandas, las penitencias y las peregrinaciones
presentamos modalidades de la decisión de pasar penurias, sufrir incomodidades
deliberadamente, echarnos molestias intencionadas con tal de recibir, agradecer
o merecer un bien mayor. Estamos dispuestos a dejar de comer estalactitas
de hidrocarburos y melazas con tal de poder tocarnos las rodillas y no hacer
otro hoyuelo al cinturón. Abandonamos las cobijas temprano para trotar, frenamos
el tren de vida para realizar el viaje en jet. Estos tipos de esfuerzo pueden
considerarse como la disposición de sacrificarse un poco con tal de acceder a un
bien o gozo mayor. Recordemos que para dar gracias por las bendiciones
recibidas cada año sacrificamos millones de guajolotes para que los humanos nos
congreguemos en familia el Día del Agradecimiento. En ocasiones primero nos
divertimos y luego nos sacrificamos, como en las dietas posteriores a las
épocas festivas. Es más, preferimos el término ¨sacrifico¨ al de ¨matar¨ En el
rastro municipal no se torturan las vacas para destazarlas, se ¨sacrifican¨. Tal
vez vinculado al mandamiento de no matarás, optamos por decir que sacrificamos,
no que matamos.
Regresando a nuestro tema: El
rito de la corrida de toros incluye el sacrifico del toro y como todo rito, sus
orígenes se pierden en las conjeturas vagas e inevitables que tiene toda manifestación
cultural para tantear sus penumbras históricas. No sabemos cuando aparecieron
los toros como víctimas expiatorias. El toreo tal como lo conocemos ahora, tiene
un protocolo que exige la eventualidad de la muerte del humano y la certeza del
sacrificio del animal. Aunque no ubiquemos el primer toro sacrificado, el
sentido profundamente desconocido de su inmolación persiste en el rito taurino
del Siglo XXI.
El artista oficiante está
obligado a buscar el éxtasis estético frente al hálito de la muerte en acecho. El
matador está obligado por el canon a estar aislado dentro de la muchedumbre. El
torero atenazado por el miedo que no le deja retirarse realiza, cada tarde que
torea, los que pudieran ser sus últimos lances de su vida, esto es, no sólo el
toro tiene que sacrificarse, sino él mismo puede cruzar los umbrales del
sacrificio. Una vez transcurridos los veinte minutos que el rito marca y la
genética animal permite, el toro ha de morir. El toro ha de ser sacrificado. El
cumplimiento de su culminación ritual tiene que ser a la primera estocada. Más
intentos malogran el rito y se impide el reconocimiento del público. Si fuera
divertida la tortura no sería rito y por lo mismo se premiaría al torero que
más prolongara la muerte del toro. Por lo contrario, se premia la prontitud del
sacrificio. Esa muerte ritual del toro de lidia es distinta a la que sufren los
otros miembros de su especie que son victimas del llamado ¨pistón cautivo¨ y
que mueren ocultos a la vista de todos los futuros comensales.
¿Por qué debe morir el toro? No
podemos menos que especular en la persistencia del sacrificio milenario. ¿Morir
es vivir para siempre y por eso el sacrificio, o vivir es el sacrificio para no
estar muerto? ¿Será que el sacrificio del toro de las corridas es un avatar
inevitable de las tragedias ancestrales en aras del éxtasis bárbaro? Niko Katsansakis
en su obra El Que Debe Morir nos acerca a la imposibilidad de separar el
binomio vida-muerte. Oriana Fallaci hace muy tenue la línea divisoria en Nada y
Así Sea.
Órale.
2do Equívoco
¨La tauromaquia es un
espectáculo fuera de nuestro tiempo¨
Alegan sus detractores que está
fuera del tiempo pero la razón es que no saben con qué compararla. No aciertan
a encontrarle parecidos. No es actividad que pudiera empalmarse con ninguna
otra. Al dictaminarla como fuera de nuestro tiempo lo que hacen es aceptar que su
unicidad, su esencia incomparable, no tiene con qué cotejarse. Se puede
describir, pero no se puede empalmar sobre otra actividad y recortarle las
orillas. La característica sui generis que guarda la
tauromaquia es estar más cerca de ser elemento amalgamador de nacionalismos que
extenderse a ser espectáculo globalizado. Tiene más presencia en regiones donde
previamente ha echado raíces y mantiene sus calendarios que perspectivas de
recuperar países donde antaño estuvo o plantarse donde la conocen de oídas.
Si se hace el cotejo del torero con
otros actores no se encontrarían rasgos comparables. El torero es un actor
escénico. Sólo que a diferencia de los otros actores escénicos que representan
un personaje ideado generalmente por un solo autor, el torero sigue un papel escrito
por el autor colectivo integrado por todos los toreros que antes que él han
sido y otros contemporáneos. En la confección de este papel de autor colectivo,
algunos han aportado más que otros a la coreografía final. Aun otra diferencia
que impide la búsqueda de los parecidos culturales: lo que le sucede al torero
es real. Es un actor al que le pasan cosas reales. El miedo, el caballo, los
picadores, las banderillas, el estoque, la muerte del toro, la sangre de las
cornadas, el ojo botado por la punta de un cuerno, el paladar hendido por un derrote
de asta. Los intestinos enarenados y sostenidos con manos sucias. Todo eso, en
su momento es real. La puñalada de Tosca, el veneno de Julieta, la tisis de
Mimí, la locura de Macbeth aunque verosímiles, no son reales. En cambio el
torero es un actor que no revive o sana para recibir aplausos. En eso es
diferente a todos los demás actores escénicos.
Ahora atendamos cómo el torero danza
frente al toro. No debe perturbar la fluidez de la coreografía porque desataría
la embestida incontrolable. Tiene que situarse para que el toro lo detecte pero
no incitarlo antes de estar preparado. Son movimientos parecidos a las evoluciones
del ballet embellecidos por la lentitud. Sólo que no es ballet, porque el torero
está envolviéndose en ritmo frente a un animal de medida tonelada que se
dispone a embestir. ¿Qué otro artista hace evoluciones frente a un animal de
peligro? ¿Los jinetes de las carreras de caballos realizan sus proezas al mismo
tiempo que pretenden crear belleza? Los domadores de caballos mostrencos los
montan y tratan de permanecer atenazados a ellos siete segundos, pero sin crear
ni pretender éxtasis alguno. La unicidad de la tauromaquia la hace resaltar
entre todos los espectáculos del hombre. Y su singularidad contribuye a su
incomprensión. Todas las actividades con las que se pudiera forzar una comparación,
son distintas; por esto da la impresión que la tauromaquia está fuera de los
tiempos. No lo está porque se documentan miles de corridas al año en todo el
mundo taurino. Lo que pasa es que no se encuentran parangones, ni analogías
consistentes y no tiene pares entre los cuales acomodarse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario