PITÓN DERECHO Hace unos lustros un jugador de empujones y abrazadas de piernas llamado, o apellidado Herschell, aparecía en cortos televisivos para promover (Los globalizados decían ya desde entonces, hágame el favor, promocionar) entre los hombres la academia de ballet, creo que de Houston. Su figura muscular correspondía a ese porte que, aparentemente sólo los negros africanos pueden desarrollar, sin recurrir a las descargas hipodérmicas de menjurjes basados en silicones. Se veía en pantalla deslizándose con pasos de ballet y en ningún momento parecía delicado aunque sí armónico, como elástica pantera acechando a la víctima fascinada por el inminente zarpazo terminal.
PITÓN IZQUIERDO La idea, sin lugar a dudas era que si un espécimen tan viril y contundente como Herschell podría recibir clases de ballet sin menoscabo de su virilidad, entonces cualquier varón tendría la misma seguridad y estaría a salvo de un vuelco de la personalidad.
PITON IZQUIERDO, OTRA VEZ Eso viene al caso porque en los momentos “muertos“, esos que hay entre pase y pase, por lo regular los noveles toreros pierden el ritmo y se agazapan, se enconchan, corren sin cadencia, codean, en fin hacen muchos movimientos que no guardan parentesco con lo que hacen a la hora de enviar el toro, una vez embarcado, hacia los terrenos interiores. Les vendría bien unas clases de ballet, para saber qué hacer entre pases y pase.
PITÓN DERECHO Es decir el pase lo elevan, en su caso, a la altura del arte, pero el preámbulo antes de ligar el siguiente, lo trompican con desavenencia lamentable. Esto no es en todos los casos de los toreros, pero si muy frecuentes entre los novilleros.
PITON IZQUIERDO Por eso recordé a Herschell con el deseo que fueran los mismos toreros quienes reconozcan que torear es danzar en los umbrales de la tragedia en esos veinte minutos (Es la única vida que tendrá el toro) y en ocasiones, la última tarde del diestro. Por eso hacerlo bien es respetar a ambos. Danza tal merecería seguir una coreografía densa, solemne durante la entera duración de la misma y no solamente lucir al momento de pasarse los cuernos frente a los genitales, sino entre pase y pase, mientras enmiendan, corrigen, ligan y desahogan los siguientes.
PITÓN IZQUIERDO, OTRA VEZ Les vendría bien una contemplación acuciosa de un pas de deux clásico. De esa manera, si pudieran entresacar del ballet alguna conjunción y trasladarla a una lidia taurómaca ellos, nosotros, la fiesta, el mismo arte de Cúchares se beneficiaría. Así resulta sorprendente que Paco Camino declarara que él no practicaba en salón, sino sólo en tientas. Difícil de creer que pudiera prescindir de las correcciones que sólo el espejo, la sombra o el instructor da.
PITON DERECHO Ya que estamos en el tema de la suavidad de los pases y de la necesidad de hacer las ilaciones con tersura, hay que recordar, siguiendo a José Francisco Coello en su obra Novísima Grandeza de la Tauromaquia Mexicana, cómo en tiempos pasados fue tan lenta la evolución de las corridas, junto con la selección genética y la suavización de la embestida, cómo los lances eran correr tras, junto o adelantándose al toro, con lanzas, con perros de ataque (De ahí la frase que aún persiste de “echar los perros”), con cohetes, y sobre todo con la participación de un personaje que no es muy conocido y que fue protagonista de corridas de antaño: el famoso Dominguejo o Dominguillo, según el libro que consulte uno.
PITON DERECHO, OTRA VEZ Era un muñeco leve en la parte superior y con base cargada con material pesado de manera tal que por mucho que alguien golpeara al mono, no caería pero si se lograba el derribo después de bambolearse recuperaba la vertical y así continuaba recibiendo las tundas que alguien tuviera a bien administrarle. Esos monigotes tenían tamaño, puede uno imaginar, humano. El toro al entrar en la arena y en tema de ataque lo embestía y nunca lograba abatirlo. Algunas veces, dice Coello, le aderezaban con cohetes que tronaban al ser zarandeado. La muchedumbre no podía disfrutarlo más.
PITON IZQUIERDO En esas condiciones el toro no podía pasar tersamente a la siguiente etapa, para una lidia como las que ahora disfrutamos. Debieron ser los pases subsecuentes simples trapazos, parones o machetazos de supervivencia y retiro del engaño con prontitud y sin buscar el ademán elegante.
PITON IZQUIERDO, OTRA VEZ La fiesta de toros tenía esos rasgos y otro más cuya lectura es un divertimento. Ahora tan cambiada y tan suave apenas puede mantener su presencia fuera de España y Portugal. ¿Cómo es posible que cuando se suavizó tiene más detractores y menos aficionados? Se puso de moda repudiarle la muerte del toro. De nada sirve comparar las atrocidades que hacen para controlar la demografía, de los letales correctores de sistemas no-democráticos, de los que quieren globalizar y extinguir a las etnias monolingües. Ninguno de ellos, claro está, busca la belleza en la destrucción que en cada caso corresponde. Ellos, los preocupados por los toros, mientras comen hamburguesas, filetes y tasajos quieren salvarlos para que no sean lidiados artísticamente y pueden llevarse, ni lo permita Santa Verónica, entre sus lamentaciones la pintura, el cante, la poesía, las verónicas y los trincherazos, las gaoneras y el cuarteo y los óles. En fin, el arte taurino y eso sería mucho perder.
DESPLANTE Mientras que la fiesta languidece algunos empresarios creen que obligando al juez a derrochar orejas al menor trapazo la muchedumbre al cebarse en los premios, rebosará el aforo la siguiente fecha. Si eso fuera...
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