Escribo este artículo porque he
cerrado un periplo que me ha permitido asistir a ritos taurinos en variados
escenarios.
Ambas construcciones tienen el sello de nuestros siglos actuales. En sus costados aparecen todavía cuartos y cubos vacíos a los que no se les puede asignar función alguna como no sea el soltar la imaginación de quienes cavilamos frente a ellos. La impronta de nuestra época serían las puertas eléctricas de los toriles y el blindaje acolchado de los picadores. En Nimes disfruté los coros y orquestas sinfónicas en ocasión de una temporada que dedicaron a Van Gogh, holandés que se aclimató y pintó los colores locales sobre lienzos que valen una fortuna.
Cosos, circos, redondeles, embudos. Si nos pusiéramos pedantes diríamos que la Geometría nos indicaría que debieran ser llamados conos truncados invertidos. Se refieren a la disposición circular del espacio dedicado al público que asiste al evento. Esa disposición sustituye la apreciación visual q
ue antiguamente tenían los vecinos desde sus ventanas que daban a la plancha cívica y también es un recurso ingenieril que reduce al mínimo la obstrucción de la vista de la gran mayoría de los apreciadores. Algunas de estas construcciones son incómodas por lo redu
cido de los espacios diseñados antes del imperio desparramador de los carbohidratos y aprovechados por la codicia de los organizadores de los eventos. Frecuentemente los ocupantes de las filas inferiores se quejan de que los de la fila superior les clavan en el lomo las rodillas como banderillas. La Plaza México no tiene esa incomodidad.
Plaza de Toros Casi me
atrevo a decir que la gran mayoría de los aficionados del mundo no han
asistido a un festejo taurino en una PLAZA de toros.
En un principio los eventos taurinos
se realizaban cuando no en el campo, en la esplanada cívica de ciudades y
pueblos donde acondicionaban espacios con tablas, talancones, cercos, barrotes y
demás materiales para evitar que los animales la tomaran con los mirones los
cuales compuestos por curiosos, vencedores ambulantes, merolicos, buhoneros y
rufianes tenían que se despejados antes de iniciar el desfile de
presentación de los toreadores. Así desde la comodidad de los ventanales los
afortunados ocupantes veían a los atrevidos ambulantes taurinos a jugarse la
vida. Los lugareños cumplían con la costumbre de asistir a los eventos en
lugares vigilados por la autoridad. Luego se acabó la costumbre carcomida por el
paso del tiempo. Llega el tiempo de trazar lugares ochavados para evitar las
querencias rinconeras, después aparece las construcciones circulares que predominan
hoy en día. Así las plazas quedan sólo como nombres para señalar construcciones
que ni siquiera se parecen.
Afortunadamente en Arganda del
Rey el ayer lacrimoso persiste con algunas actualizaciones, pero manteniendo el
sabor de los siglos. Me tocó parpadear
las humedades porque el presidente del evento sale de sus oficinas al balcón
desde donde dirige el ritual. La plaza tiene en sus costados más largos
sendos edificios multifamiliares con ventanas que dan al espacio taurino. Esa gradería
metálica es más baja para no obstruir los ventanales. Un día antes la chusma
hoya la superficie donde torearán los toros y los escuincles algunos de los
cuales serán figuras juegan con toritos de cartón inofensivo.
¡Ay, Arganda! ¡No desaparezcas!
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